Toledo

Wednesday, January 12, 2005

Los nombres que el Tajo murmura cercan las murallas de la Ciudad Imperial.
Pasan Roma y el latín que engendró el castellano.
Pasan Rodrigo y los visigodos, el candelabro de los siete brazos y las huestes bereberes de Tarik.
Las sangrientas noches toledanas forjan el metal de la tolerancia y el caballo de Rodrigo Díaz descubre la lámpara que alumbró durante tres siglos a un Cristo castellano.
El saber florece bajo la luna y Alfonso X concibe las Siete Partidas.
El río se estremece ante la mirada de Pedro el Cruel y ahoga el terror de los judíos.
La púrpura de Cisneros construye el Renacimiento en Toledo y Carlos V se hace uno con el alma del Alcázar.
De una isla hundida en el tiempo llega el artista griego.
Se apodera de los fantasmas y blande su espiritual mirada sobre la ciudad de la magia.
Los reyes la abandonan y los suceden los inquisidores, semblando el Zocodover de tristes memorias.
Por las estrechas callejas corren los ecos. Toledo desmaya porque España se arrodilla. celestina se hace dueña de las voluntades y los criados y los ricoshombres tropiezan. El oro de las Indias escapa y queda como recuerdo en los moriscos damasquillos. Se reabren los libros de magia y los místicos se engarzan en la noche escura.
Ciudad tres veces real, por visigoda, por mora y por cristiana, lleva en los brazos su judería como fardo y como ligereza. Toledo del Islam pervive en el aire, que canta misterioso las plegarias del muecín.
Las combinaciones de la Cábala se trenzan con la rabiosa heterodoxia del griego de Toledo y la celda de Teresa, desleída en libertades, se muere de piedra bajo el azul del metálico cielo.
Del puñal y del alfanje, de la luna y de la cruz es la eternidad de Toledo.
El Tajo se lamenta en hebreo por las frentes que a través de los siglos, se han apoyado en sus muros de agua. Y cobijada en sus murallas de tiempo, la Ciudad Imperial murmura su nombre.